¿Frenar la catástrofe? Idas y venidas de la sociedad de casino

Esta entrada es continuación de las dos últimas publicadas: Sociedad enferma o enfermedades en sociedad y el germen de la extrema derecha.

“Si queremos evitar la catástrofe, necesitamos pasar de la radicalización de la normalidad a la normalización de la ruptura, y eso significa asumir el conflicto abierto no sólo contra un puñado de triunfadores del casino económico global, sino también contra aquellos aspectos de nuestra vida que participan de la barbarie capitalista”

(Renduelles, 2017, 284).

Tal y como lo expresa Marina Garcés (2017), hoy más que nunca necesitamos tomar posiciones en la guerra que se está librando por el tiempo. Una guerra en la que los discursos tecnoutópicos, que nos empujan a gestionar nuestra vida desde la culpabilización de nuestra propia situación, continúan agregando una presión extra a las exigencias que nos marca el mercado.

La tecnología puede convertirse en aliada de discursos emancipadores, pero para ello debemos adentrarnos en los significados que emanan más allá del marketing empresarial. Poner el progreso al servicio de la igualdad y la emancipación, se convierte en una tarea a la que no podemos volver la espalda. Rechazar la tecnología, solo sirve para dejar el camino abierto a la proliferación de un presente distópico en el que poco o nada podremos hacer.

La transformación de nuestra sociedad, pasa por llenar los espacios vacíos de tiempos para vivir, tiempos para compartir. El gran reto de nuestra época es recuperar el tiempo, devolver a las clases trabajadoras la posibilidad de disponer de su propio tiempo; romper con la auto exigencia de estar presente, para vender nuestra marca personal; transformar el discurso personalista, “yoísta”, en practicas de cuidados colectivos. Hacer de los cuidados un ejercicio proactivo, de reencuentro de lazos rotos por el orden capitalista.

“Cuidarnos es la nueva revolución. Quizás este es hoy uno de los temas clave que van desde el feminismo hasta la acción barrial o la autodefensa local”

(Garcés, 2017, 115)

Reconstruir los lazos que conforman una familia, más allá de la familia tradicional. Esa familia que construye barrio, grupos de amigos… recoger los jirones de una sociedad diseminada, para tejer el futuro de una transformación social, sostenida en las redes que relacionan pequeñas comunidades de acción social y colectiva.

Este es el gran reto, que deben enfrentar los movimientos que busquen crear prácticas políticas emancipatorias. Fortalecer los vínculos sociales, apelando al reconocimiento y la revalorización del trabajo reproductivo y de cuidados (Renduelles, 2017).

Viñeta «El problema de la izquierda» de Manuel Fontdevila (@ManelFontdevila).

Solo así, lograremos hacer resurgir la fuerza de las clases trabajadoras, desintegradas bajo el empeño de un progresismo que ha olvidado la importancia de la lucha por el trabajo. Dos movimientos pueden presentarse hoy como la mayor esperanza para esta transformación social desde los cuidados:

Las migraciones, que según Krastev (2017) representan la mayor revolución del siglo. Una revolución carente de líderes y movimientos políticos, una revolución que nos enfrenta a un cambio de pensamiento, para buscar mejoras en las condiciones de vida de todas las personas que compartimos este mundo.

Las migraciones actuales nos retan a poner cara a aquello que tratamos como desconocido. El flujo continuado de personas, que afortunadamente reconstruye nuestras sociedades desde la diversidad, nos permite introducir nuevas miradas al proceso de desarrollo económico, industrial y social en el que hemos vivido tradicionalmente.

Estas migraciones empujan nuestra forma de mirar el territorio en el que nacemos y nos desarrollamos como personas, abriendo la comprensión de un planeta propicio para fortalecer y fomentar la expansión de la vida, más que el establecimiento de límites y fronteras administrativas.

– Por otro lado, el feminismo ha puesto de nuevo en el candelero toda una necesidad de transformación, de las prácticas y los discursos, en torno a como nos relacionamos y como concebimos los espacios compartidos.

No se trata por tanto de hacer de los cuidados una forma de repliegue hacia el espacio privado. Ni de encumbrar una lucha por los cuidados que vuelva a situar la responsabilidad de estos sobre los hombros de las mujeres. Sino de sacar los cuidados y situarlos al frente de cada acción.

A lo largo de la historia, el feminismo ha construido un largo discurso de reivindicación que hoy pugna por volver a estar más presente que nunca en cada uno de los espacios de la vida. Después de siglos de estar supeditadas a la voluntad patriarcal, las mujeres han tomado voz para enseñarnos como entretejer un movimiento internacional basado en la investigación, la acción política, el reconocimiento de las distintas posturas existentes y la reivindicación constante del derecho a una vida digna.

Se trata de movimientos que se articulan con la necesaria respuesta al agotamiento de los recursos fósiles y la necesidad de plantear nuevos modelos de relación con el entorno natural que hace posible el mantenimiento de las distintas formas de vida.

Sin embargo, esta apertura en el pensamiento no está exenta, como he comentado en otras entradas del blog, de permanecer supeditada al eterno discurso del miedo a todo aquello que vemos como extraño, como externo a nuestro propio ser, en tanto que identidad construida social, histórica y culturalmente.

Comprender que la lucha por los derechos laborales, es la lucha por el derecho a decidir cómo y dónde poder construir nuestra propia vida, es comprender que la movilidad es un derecho, pero no un deber de la persona en relación al trabajo que realiza.

La derecha no son unas siglas, sino un discurso político y social que ha encontrado amplio calado en la ciudadanía. Desde las posiciones de izquierda no podemos seguir buscando una guerra de bloques en aras del oportunismo político cada cuatro años. Responder a la derecha es responder al discurso y hacerlo de forma conjunta y sin fisuras. Responder a la derecha es responder a la historia, al poder de un cuento construido para adormecer las posibilidades de emancipación de las clases trabajadoras; Es descubrir que el rey va en cueros, que el lobo es también la abuelita, que el príncipe no existe y cenicienta puede valerse por sí misma.

Responder a la derecha es también contar otras historias, las historias que no quieren/no queremos escuchar, las historias de la calle, de quienes se levantan cada día sin saber como llegarán a la cama, o si habrá una cama en la que dormir. Es hablar de un Estado que ha descuidado los servicios públicos básicos, esos que hoy toca defender por encima de todo; un Estado que ha olvidado su función de garantizar la dignidad de la vida por encima de los beneficios económicos. Es salir del discurso neoliberal para vislumbrar los otros mundos posibles, dentro de la burbuja tecnoutópica desde la que dibujan futuros de inseguridades pagadas.

Ya David pero, ¿Dónde está esa respuesta en el pasar de la cotidianidad diaria?

* Me toca pensar para encontrar la respuesta…

 

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