Libres y acompañados

«Libres y acompañados tendríamos que vivir. Aprender es darnos este espacio en el que ser acogidos y reforzados en nuestras necesidades. Poder entrar y salir, con el afecto de los anónimos, con los ojos y las manos llenas de las creaciones de los otros, de los dolores de quienes no conocemos, de la alegría que desborda los pasillos, los dibujos, las esculturas, las palabras, las imágenes y los colores de un mundo y de un tiempo que no hemos escogido y que por eso mismo debemos vivir a todas»

(M. Garcés, «Fuera de clase»)

Siento que me fuí.

Sin despedirme, sin un adiós, sin saberlo, sin esperarlo…

Siento, que dejé los muros y los tiempos.

Continúo… con la sensación de haber dejado atrás muchas cosas

desde hace mucho tiempo.

Esa enorme sensación… de tener proyectos por terminar,

y otros tantos por empezar.

Pienso…

que a cada persona que encontré tras los muros,

le robe un pedazo…

de amor.

Fuí un ladrón de pensamientos… y quiero pensar

que me atreví a ser un asesino de opresiones.

Abrísteis vuestras puertas

para dejarme cerrarlas…

sin poder dejar de mirar hacia atrás.

Libre de movimientos. Esos movimientos que aprisionan cada pared, cada muro que levantó la sociedad a nuestro alrededor. En cada una/o de vosotras/os, descubrí el placer de construir, de compartir, de hacer crecer espacios de escucha y diálogo.

Pasan los días, pasan los meses… pasará el tiempo y seguiré preguntando si lo más duro fue salir o entrar. Entrar en otros mundos, abrir mis propios miedos, cerrar los prejuicios, romper los candados que nos amarran en estos tiempos de soledad.

Este mundo pone en juego constante nuestra libertad, nuestras posibilidades de poder salir y entrar.

Entrar en relaciones sin contar con el miedo de no saber como poder salir. Visitar mundos que no son nuestros sin sentirnos extrañ@s entre tantas miradas. Abocad@s a elegir. Quedarnos o irnos para para no volver. Un mundo construido en la constante dicotomía dentro/fuera con la que fijamos una realidad que nos aleja de posibilidades de encontrarnos durante un tiempo para continuar el viaje, con la esperanza de volver a vernos.

Dejar la puerta abierta, es mucho más que dar libertad a quienes nos conocen para escoger libremente. Dejar la puerta abierta, es saber que tienes un compromiso con la felicidad de quienes te rodean, que puedes compartir momentos, aprendizajes, risas y llantos. Significa saberte cerca, aunque no compartas tiempo y espacio.

Romper con los muros es mucho más que entrar a martillazo limpio, derribando cada piedra constuida. Derribar barreras, es poder dudar de lo aprendido, abrirse a nuevas posibilidades, experimentar nuevas sensaciones, dejando brotar la semilla de nuestras emociones.

Quizás el mayor reto que nos podemos plantear en nuestras sociedades sea, como explica más arriba M. Garcés, ser capaces de crear esos espacios abiertos al compromiso y la confianza, esos espacios en los que sin perder nuestra propia libertad para seguir creciendo, mantenemos el compromiso colectivo de cuidar(nos) y encontrarnos permaneciendo con las puertas abiertas para acoger y acoger(nos) entre quienes se acercan a compartir.

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